Parece mentira, aquella hipocresía y aquel rencor que circunda nuestras vidas. Pensar solo con el objetivo de estar bien nosotros, sin mirar el mal de los demás. Del vecino, del prójimo. Una vez nos han fallado quiénes alguna vez nos importaron, ya no importa el mal que toque sus puertas, no son nada de mí. No son mi familia.
Quizá yo me fije en muchas de éstas cosas, quizá por moral, quizá no. Sin embargo a veces, pienso el porqué de las consecuencias, y el porqué la espalda que te muestran muchos cuando más necesitas de una mano.
A veces, puedes serle un buen samaritano a alguien, pero luego descubres que para esa persona, nunca fuiste un ejemplo a seguir. Y te traicionan.
Hoy amanezco y abro los ojos, con un maquiavélico pensamiento de aquella distancia que puede destruir mi ser. Que puede zanjar mi alma. Hoy, no puedo imaginarme una vida lejos de a quien tanto amo, sólo por unos malos entendidos y por pequeñas cosas que se juntan, causando un gran malestar que termina hartando.
Y lo más triste, es que todo está fuera de mis manos, que todo escapa de mis palabras. Mis ganas de arreglar los problemas con terceros, es inútil. Les parezco mudo, o ellos son los sordos; pero sea cual sea el motivo, no hay cura que sane: El daño ya está hecho.
No hay espacio para el perdón, y el rencor queda ahí. Es triste saber que esa persona a la que amas es aquella que sufre con todo esto; porque siquiera a ti, que eres quién más está preocupado, te toca la consecuencia a la puerta de tu vida. Sólo, tan sólo amenaza con abrir una marcha que amenaza con toparte el alma, y matarla en mil pedazos.
Y lo que más impotencia da, es que el Lleva y Trae, es el Sr. Cotidiano.
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La vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla.
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